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Reuter |
Hemos hablado muchas veces de lo importante que es, a la
hora de transmitir la información de una investigación, expresar con claridad
en textos, tablas o gráficos, la naturaleza del indicador que queremos mostrar.
Si lo hacemos bien simplificaremos las explicaciones y evitaremos errores en la
interpretación.
Me refiero, por ejemplo, cómo no, a lo necesario que es,
mucho más en los tiempos que corren, distinguir con claridad entre tasas
poblacionales (de incidencia, de prevalencia, de mortalidad, etc) y
proporciones expresadas en términos de distribución de frecuencias, por mucho
que, en ocasiones, estén referidas al mismo número de unidades del denominador
(por cien, %).
La primera, si se da en términos de “por cien”, hace
referencia a 100 personas o habitantes (o 100 hombres, o 100 mujeres), pero
siempre considerando que esos 100 son individuos, generalmente sanos, que están
en riesgo de sufrir el evento que se recoge en el numerador (casi siempre
muerte o enfermedad). Se construyen, claro, situando en el numerador al nº de
personas afectadas por el fenómeno que queremos explicar y en el denominador a
la población que está o ha estado en riesgo de sufrir el fenómeno (población).
Arroja una medida de riesgo (o probabilidad) de sufrir el evento en la unidad
de tiempo que se trate (generalmente un año).