miércoles, 1 de mayo de 2024

Conflictos e inseguridad en el mundo actual, e impacto en la salud de las crisis humanitarias derivadas de conflictos


González M., Díaz Olalla JM. (0000-0001-5740-0636) "Conflictos e inseguridad en el mundo actual e impacto en la salud de las crisis humanitarias derivadas en conflictos". En: Estébanez Estébanez, P., Jiménez Navarro, C., Alvar Ezquerra, J. (Editores, Coordinadores). Asistencia sanitaria en crisis humanitarias. Edit Díaz de Santos, Madrid, 2017. ISBN 9788490520598.  https://datos.bne.es/edicion/a6382682.html


WPF
El dolor de Gaza. Premio World Press Photo 2024 - Foto: Mohammed Salem



Puntos clave

En la actualidad la mayor parte de las bajas por conflictos ocurren en la población civil.
Gran impacto en la población que compromete su futuro y su desarrollo social y económico.
Los
problemas ocurren frecuentemente porque los sistemas de protección colapsan o son incapaces de atender las demandas.
Los principales problemas de salud derivan de la situación de emergencia compleja. Esta aparece cuando hay desplazamientos masivos de la población, escasez de alimentos y pérdida de bienes, servicios y medios de subsistencia En el curso de ellas suelen aparecer epidemias de enfermedades transmisibles Estas epi-demias y dependiendo de las condiciones de vida de la población afectada pueden ser de transmisión hí-drica, respiratoria o vectorial.
El riesgo se incrementa si un porcentaje de la población afectada o receptora no está vacunada. 
Los sistemas de salud deficientes prolongan las crisis.
La inmensa mayoría de las muertes que ocurren en refugiados o desplazados afectados por conflictos se deben a: sarampión (en especial cuando no se vacuna del mismo rutinariamente), infecciones respiratorias, enfermedades diarreicas, desnutrición y malaria.
La población afectada por estas crisis padece con gran frecuencia estrés post-traumático y otros proble-mas de salud mental que requieren tratamiento adecuado.

INTRODUCCIÓN

Algunas características marcan el turbulento mundo actual en materia de paz y seguridad . El número de conflictos armados aumenta, tras unas décadas a la baja, y causan mayor número de muertes civiles, des-plazamiento y otras consecuencias. En estos conflictos proliferan los actores armados no estatales, y las tendencias híbridas, en las que es difícil captar cuáles son las verdaderas motivaciones de los actores. Las principales víctimas son civiles y las guerras tienden a prolongarse, y desbordarse regionalmente. La magnitud de las crisis y los cambios en el sistema internacional se combinan para desbordar la capacidad institucional de respuesta, lo que se une a una polarización y falta de voluntad política para asumir las consecuencias. Los actores humanitarios ven cómo su espacio se reduce y su capacidad de maniobra es menor cuando las crisis son más graves. 
El primero es el cambio de tendencia en lo que se refiere al número de conflictos armados activos. Las principales instituciones que analizan las tendencias en este tema han venido registrando una disminución en las cifras desde el fin de la Guerra Fría y los “picos” de los años noventa. El Armed Conflict Survey, del International Institute for Strategic Studies (IISS) registró 42 conflictos armados en 2014, frente a 51 en 2012 y 70 en el año 2001(1). Por su parte, los datos del Uppsala Conflict Data Program (UCDP) seña-lan que había 40 conflictos en 2014, de los que once eran guerras con más de mil muertes en combate anuales (estas diferencias se deben a los distintos criterios utilizados para medir qué es un conflicto ar-mado)(2). El escalamiento de la guerra en Siria y Libia, entre otros, y la extrema violencia llevaron a que 2014 fuera también el año con mayor número de muertes en combate desde 1989. Según el IISS, más de 180.000 personas murieron en esas guerras del año 2014. Por supuesto, a esto hay que añadir el despla-zamiento forzado, la malnutrición y la proliferación de enfermedades entre poblaciones que se han vuel-to muy vulnerables. 
La tendencia a la reducción del número de conflictos está cambiando, aunque lentamente. Algunas guerras son brutales en el número de víctimas (Siria), otras surgen (Libia, Yemen), otras se mantienen (Afganistán), mientras otros conflictos se transforman en situaciones de violencia crónica (República Democrática del Congo) y varios países (Burundi) están al borde del precipicio. 
Una de las principales características de los conflictos actuales es la proliferación de actores armados no estatales (NSA, por sus siglas en inglés). Este concepto es amplio e incluye a una tipología de actores que usan la fuerza para conseguir objetivos políticos, económicos, religiosos o sociales. Su número se multiplica, desde Oriente Medio hasta África y otros lugares. Entran en esta categoría grupos insurgentes, milicias (unidades paramilitares que defienden los intereses de gobiernos o élites), señores de la guerra que ejercen control territorial con ejércitos privados, autoridades tradicionales que lideran un cierto grupo y se arman por diferentes motivos, grupos terroristas (en ocasiones inspirados y movilizados por una ideología transnacional, como el yihadismo) y grupos criminales que buscan beneficios mediante activi-dades ilegales y pueden participar en tráficos de drogas, armas, personas y otros bienes. 
Otra característica es la tendencia hacia las formas y modalidades híbridas de violencia. En muchos escenarios de conflicto y posconflicto, diferenciar entre actores con objetivos políticos o económicos puede ser difícil. Insurgentes y grupos criminales pueden coexistir en los mismos territorios y eventual-mente cooperar. Grupos, o partes de ellos, pueden evolucionar durante o después del conflicto o en el postconflicto.
Otros tienen agendas mixtas y es difícil ubicarlos en una tipología clara. 
Esta tendencia se manifiesta de diversas formas. Existen insurgencias que financian una lucha política mediante el narcotráfico o el secuestro; grupos (o segmentos de ellos) que se niegan a ser desmovilizados cuando termina el conflicto y continúan armados e involucrados en actividades criminales; y existen au-toridades y señores de la guerra que toleran diversos tráficos y actividades ilegales en sus territorios para obtener fondos con los que consolidar su sistema de poder. En algunos contextos, la violencia se trans-forma en un modo de organización social que proporciona tanto beneficios como poder a los actores involucrados. Esto hace que los conflictos se alarguen y los intentos de ponerles fin fallen más a menu-do, e incrementa los riesgos de que se desborden por una región. 
La coexistencia entre agendas criminales y políticas es parte de conflictos desde Afganistán a Somalia, desde Mali o Libia a Siria. En el Sahel, coexiste el nacionalismo tuareg, la yihad, el secuestro con fines económicos y el tráfico de drogas, cigarrillos y otros bienes. En Libia, las diferentes facciones políticas se conectan, sobre todo a nivel local, con redes terroristas y criminales para ganar influencia y recursos, muchos de ellos involucrados en el tráfico ilegal de armas y el tráfico de seres humanos. 
Los vínculos entre actividades criminales y violencia política son parte del nuevo paisaje de los con-flictos. Según la Global Initiative Against Transnational Organized Crime (GITOC), casi el 70% de las actuales operaciones de paz de la ONU operan en zonas con una presencia significativa del crimen orga-nizado, y en torno a la mitad incluyen en su mandato gestionar esa situación de forma directa o indirec-ta(3). 
Un tercer elemento es la proliferación y rápida extensión de ideologías transnacionales que movilizan a ciertos sectores hacia la violencia. El ejemplo más claro es DAESH, que ocupa un territorio entre Siria e Irak pero que, más importante, ha atraído a miles de combatientes de todo el mundo. A la vez, su ideolo-gía inspira a grupos en Mali, Nigeria, Somalia, y a jóvenes nacidos en Occidente en busca de una causa. Antes que DAESH, fue Al Qaeda. 
Como lo describió el presidente del International Crisis Group, Jean-Marie Ghéhenno(4), los conflictos actuales tienen múltiples niveles: la mayoría tiene raíces locales, pero a menudo son manipulados por potencias exteriores y/o “secuestrados” por ideologías transnacionales. 

OTRAS SITUACIONES DE VIOLENCIA

Al margen de los conflictos abiertos, existen otras situaciones de violencia generalizada que generan tam-bién impactos sociales, políticos y humanitarios. En 2011, el Informe Mundial de Desarrollo del Banco Mundial reconocía que “la violencia del siglo XXI no cabe en el molde del siglo XX”, y que más de 1.500 millones de personas viven en estados frágiles y afectados por conflictos, o con altos niveles de violencia criminal(5). En muchos casos, es difícil distinguir entre guerra y paz, o entre violencia política y violencia criminal con fines económicos. Esta violencia “no convencional” puede tener impactos en muertes, des-plazamiento forzado, marginalidad, etc., iguales o superiores a los conflictos armados, y es especialmente evidente en América Latina. 
Esta región muestra tendencias contradictorias. Las instituciones dedicadas al estudio de la paz y los conflictos suelen mostrarla como una zona de paz excepto en Colombia. Pero es la región del mundo más afectada por la violencia no convencional. Según el Global Study on Homicides de la Oficina de la ONU para las Drogas y el Crimen (UNODC), es una de las regiones más violentas del mundo, con más de 156.000 homicidios en 2012(6). Esto es una tasa de 28,5 por 100.000 habitantes, cuatro veces la media mundial, y el 36% del total global de homicidio. Los países más violentos del mundo, en asesinatos per cápita, eran Honduras, Venezuela, Belice, El Salvador y Guatemala, ninguno de los cuales está en guerra. Incluso Colombia está muy por debajo en esa lista. En México, la guerra contra las drogas lanzada por Felipe Calderón ha causado más de 160.000 víctimas de la violencia desde 2007, más que la suma com-binada de Afganistán e Irak. 
Según ACNUR, en 2012 los tres países del triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, El salvador y Honduras) registraban más de 3.700 solicitantes de asilo, y más de 17.000 personas huyeron de la vio-lencia como refugiados. La mayoría de este desplazamiento se debe a la acción violenta de bandas y nar-cotráfico, y conecta con la crisis de los menores migrantes que llegan no acompañados a EE UU. El In-ternal Displacement Monitoring Centre (IDMC) calcula que el 5% de la población de El Salvador ha sido desplazada por la violencia, y que hay más de medio millón de desplazados internos en el Triángulo Nor-te(7). 

EL PAPEL DEL ESTADO

En el centro de todas estas formas de violencia, y de las respuestas hacia ellas, está el papel del estado a diferentes niveles, tanto local, como regional e internacional. Estados débiles son incapaces de propor-cionar seguridad y servicios básicos a sus poblaciones, y luego de afrontar la oposición de diferentes grupos no estatales que cuestionan su poder o bien operan en los márgenes de una autoridad ineficaz o corrupta. 
En los ámbitos regional y global, la competencia entre estados por avanzar o imponer sus intereses se manifiesta de forma clara, con un cierto retorno a la realpolitik que ha internacionalizado el conflicto, como en Siria. Aquí, poderes regionales (Arabia Saudí, Turquía, Irán) y globales (EE UU, Rusia) juegan sus cartas en el conflicto. 
Actualmente, en un clima de incertidumbre, nuevos y viejos poderes se relacionan en este sistema in-ternacional mediante la competencia más que la cooperación, a pesar de que es conocido que ninguno podrá, por sí solo, hacer frente a fenómenos como el cambio climático, el crimen organizado transnacio-nal o la protección de los derechos humanos. Se podría decir que la competencia estratégica ha regresado. 
Esta situación impide que las instituciones internacionales o globales puedan dar respuesta a las crisis. En las dos últimas décadas, el número de operaciones de paz de la ONU fue mayor que nunca, y también los esfuerzos para mediar entre las partes en conflicto y propiciar la firma de acuerdos de paz, así como para cooperar en la rehabilitación de un país tras el fin de un conflicto armado. La reducción del número de conflictos que ahora está revirtiéndose tiene mucho que ver con el gran esfuerzo realizado en preven-ción y gestión de conflictos, promover negociaciones de paz, y construcción de la paz después de la gue-rra. En este momento, la ONU tiene 130.000 cascos azules desplegados en diferentes áreas de conflicto. En general, estas misiones han ido lentamente dotándose de más medios y mejores mandatos, equipa-miento y apoyo logístico, como ocurre en la RDC, Darfur o Sudán del Sur. 
Como señala el Global Risks Landscape del World Economic Forum(8), la confluencia de estados débi-les, por un lado, y estados fuertes en competencia por el otro, genera amenazas y crisis que van más allá del mandato y la capacidad de la mayoría de las instituciones internacionales existentes. A la vez, estados fuertes pero afectados por problemas financieros se resisten a mantener o incrementar sus contribuciones a esos órganos internacionales. Como resultado, quedan debilitadas las instituciones con experiencia y mandato para afrontar y responder a estas crisis, como se está apreciando en la (falta de) respuesta a la crisis de los refugiados. 

REFUGIADOS 

La crisis de los refugiados en 2015 y 2016 ofrece un ejemplo desgarrador de esa incapacidad para res-ponder a las consecuencias de los conflictos. En esta crisis hay que destacar de nuevo el papel de los estados: unos, incapaces de proteger a los ciudadanos contra la huida o ellos mismos causantes de esa huida; países desarrollados con falta de interés para aplicar y promover las normas internacionales, y para dedicar recursos y voluntad política a la respuesta; en medio, países en desarrollo que acogen a la mayo-ría de los refugiados con unas capacidades y recursos desbordados. 
Aunque los refugiados que tratan de llegar de Siria hacia Europa copan las portadas de los medios (ya que no la respuesta), el fenómeno del desplazamiento masivo de migrantes y refugiados es global. En 2014, el 86% de los refugiados había encontrado refugio en otros países en desarrollo, y el 12% entre los países menos desarrollados(8). La ONU estima que el coste, para Jordania, de acoger a refugiados sirios llega al 7% de su Producto Interior Bruto (PIB). 
Un estudio de la Comisión Internacional sobre Multilateralismo señala que hay actualmente en el mundo 230 millones de migrantes, de ellos 59,9 refugiados y desplazados internos(9). Tres países (Siria, Afganistán y Somalia) son actualmente el origen del 53% de los refugiados. Un total de diez países da cuenta del 77%. La mitad de todos ellos son menores de 18 años. 
Esta es la mayor crisis desde la creación de la ONU, y tiene lugar en medio de un espacio humanitario que se reduce día a día. La arquitectura humanitaria global está desbordada por la escala de la crisis. No existe una arquitectura institucional con capacidad suficiente, y tampoco hay una estrategia. El Alto Co-misionado de la ONU para los Refugiados ha denunciado que el sistema está roto en términos financie-ros. Además de esto hay otras manifestaciones: países que no son parte de la Convención de Refugiados, o no la aplican; énfasis en respuestas humanitarias de corto plazo; un marco institucional y normativo que no incluye a aquellos que huyen por razones económicas o medioambientales. Por último, los esta-dos tienden a tratar las cuestiones de asilo y refugio no como obligaciones legales sino como problemas internos, relacionados con las fronteras y la soberanía, y no están cooperando excepto en la adopción de medidas regresivas. 
La respuesta de Europa muestra una crisis que afecta a muchos niveles de la construcción europea: políticas migratorias y de integración; acción humanitaria; solidaridad entre estados miembros; política de cooperación y comercial; intervenciones militares y seguridad, etc. Todo ello unido a la proliferación de actores políticos con discursos excluyentes y racistas. 
Pero el desplazamiento masivo de personas a nivel internacional no se va a frenar y, al contrario, puede incrementarse en los próximos años con nuevas amenazas como los efectos del cambio climático, crisis de seguridad alimentaria y acceso al agua, y conflictos por el control de recursos naturales en ese contex-to. 

LA RESPUESTA HUMANITARIA, BAJO PRESIÓN 

Los refugiados no son la única manifestación de los problemas de la respuesta internacional a las crisis y conflictos, y sus consecuencias. En realidad, la propia respuesta humanitaria está bajo presión en la ac-tualidad. Por un lado, en la mayor parte de los conflictos, son los civiles las principales víctimas, lo que pone en cuestión el compromiso de las partes con el Derecho Internacional Humanitario y los Convenios de Ginebra. La proliferación de actores no estatales, junto con estados que por diferentes razones dejan de lado las leyes de la guerra, lleva a los actores humanitarios a mayores dificultades para acceder a las víctimas y para actuar en la protección de los civiles. 
El espacio humanitario es cada vez más estrecho, como muestran los ataques a hospitales de Médicos Sin Fronteras en Afganistán y Yemen(10) MSF ha demandado una investigación plena de esos incidentes y reclamado respuestas. No se trata de incidentes aislados, y las organizaciones y trabajadores humanitarios son cada vez más a menudo el objetivo de grupos armados. Esto se produce, además, en el contexto post 9/11, y la legislación antiterrorista internacional, que penaliza la asistencia humanitaria en zonas percibi-das como “enemigas” y dificulta en gran medida el acceso a esas poblaciones. Lo que se intenta es que solamente trabajen en aquellas áreas aceptables para ciertos actores internacionales. Esta presión reduce el espacio neutral que deben ocupar las organizaciones y actores humanitarios. 

EL IMPACTO EN LA SALUD

Como se dijo, los conflictos actuales castigan de forma desproporcionada a la población civil, en especial a las mujeres y a los niños. Esto es así porque la guerra se ha vuelto teledirigida, con el objeto de evitar bajas entre los militares, sorteando de esa forma la mala prensa que comportan para las grandes poten-cias, aunque para conseguirlo las acciones bélicas deban volverse indiscriminadas y mucho más impreci-sas. Todo ello produce muchas pérdidas de vidas inocentes, lo que, sorprendentemente, no tiene un efec-to tan pernicioso en la opinión pública occidental, más comprensiva con la violencia cuando los que mueren son otros. Como se comprende esto provoca un impacto de enormes dimensiones en los países afectados, mucho dolor y graves daños en el tejido social y económico, que se mantendrán por largos periodos de tiempo. Sus efectos sobre la salud pública son también demoledores.

Las emergencias complejas y los riesgos para la salud

Las emergencias complejas, son las que provocan mayores daños en la salud de la población, si obvia-mos los efectos directos (traumatismos). Ocurren generalmente como efecto de la guerra o la violencia, y suelen producir desplazamientos de grupos importantes de población. Estos movimientos masivos y todo lo que acarrean en términos de pérdida de recursos, de servicios y de medios de subsistencia, generan gran vulnerabilidad en la población afectada. Con frecuencia, además, aparecen problemas de alimenta-ción entre los desplazados o francos episodios de hambrunas. Las grandes crisis que producen miles de refugiados, como la que estamos viviendo en Europa en la actualidad (2016) componen los peores esce-narios para la salud. Las migraciones masivas y la disminución de los alimentos han sido responsables de la mayoría de las muertes posteriores a los conflictos civiles en África y Asia(11). 
Los factores que aumentan el riesgo de enfermedad y muerte en la población afectada y que deben ser intervenidos en el curso de cualquier respuesta a una emergencia humanitaria incluyen: 

La exposición a un nuevo entorno desconocido (cuando hay desplazamientos masivos de pobla-ción).
La inseguridad física.
El hacinamiento. 
La falta de cantidades adecuadas de agua de buena calidad.
El saneamiento ambiental deficiente.
Los problemas de alimentación. 
La habitación/refugio inadecuados.

Una gran parte de los problemas de salud que sufren refugiados y desplazados son el resultado de la ausencia de sistemas de protección general y específicamente de salud si los que existían colapsan o no son capaces de atender la nueva demanda generada. Con mucha frecuencia esos sistemas de salud, mu-chas veces precarios, se ven obligados a trabajar con altos niveles de presión debiendo dirigir sus recur-sos a las nuevas demandas planteadas por la población afectada por el conflicto, en especial si es despla-zada. En estas circunstancias inevitablemente se deteriora la atención habitual que se prestaba a la pobla-ción establecida, con lo que habitualmente encontramos a la vez problemas agudos de la población recién llegada y problemas crónicos reagudizados de la población autóctona. Esta situación fácilmente genera tensión y hostilidad hacia los refugiados o desplazados. 
Podemos visualizar con algunos ejemplos el alcance de todo ello simplemente observando la crisis que viven algunos países de Oriente Próximo en 2016. Antes de estallar el conflicto actual, las tasas de inmu-nización en Siria figuraban entre las más altas de la región del Mediterráneo Oriental. Más del 90% de la población infantil estaba vacunada contra enfermedades como el sarampión y la poliomielitis, remontán-dose el último caso de parálisis por esta enfermedad al decenio de 1990. En el año 2015, sin embargo, Siria presenció la reaparición de casos de sarampión y tos ferina. En 2013, el país registró un brote de poliomielitis que causó parálisis en 35 niños  propagándose también a Iraq. Para contenerlo, hubo que vacunar en 8 países a más de 25 millones de niños, muchos de los cuales vivían en zonas de conflicto.
La reaparición de estas enfermedades, y aunque no sea un efecto directo de la misma, puede achacar-se principalmente a la guerra. Desde el inicio de los combates en Siria la mitad de los trabajadores sanita-rios ha abandonado el país para instalarse en zonas más seguras, los medicamentos y los suministros mé-dicos escasean y muchos centros de salud han acabado sumidos en un estado de grave deterioro. Debido a todo ello, muchos niños han quedado sin inmunizar (12).
No obstante, nada hay comparable con la situación de vulnerabilidad y de adversidad para la salud como aquélla que experimentan las personas que viven en zonas que, por problemas de aislamiento o de inseguridad, se sitúan fuera del alcance de los dispositivos de la ayuda humanitaria. Pensando en ellos y en sus necesidades más urgentes se suele negociar entre las facciones en conflicto el establecimiento de corredores de ayuda humanitaria, aunque muchas veces estos sean finalmente utilizados por gentes sin escrúpulos para tomar ventaja en el campo de batalla o para acceder a la población a la que pretenden castigar en vez de ayudar (13).
  
La aparición de brotes epidémicos

Sabido es también que es en el marco de ese compendio de circunstancias adversas que denominamos emergencias complejas  donde más frecuentemente se pueden desarrollar tanto epidemias de enfermeda-des transmisibles, tanto de transmisión hídrica, por malas condiciones o escasez del agua, problemas hi-giénicos de todo tipo, destrucción de infraestructuras de saneamiento ambiental, etc.; como de transmi-sión respiratoria, estas como resultado del hacinamiento; o de transmisión vectorial, en especial si por la naturaleza de la crisis la exposición ambiental de la población es alta. Las bajas tasas de inmunización que prevalecen entre quienes viven en las zonas de conflicto, o huyen de estas, ponen en peligro la vida de los habitantes del conjunto de la región. Por ejemplo, el aludido brote de poliomielitis registrado en Siria hizo que la enfermedad reapareciera también en Iraq, que llevaba 14 años sin registrar ningún caso.
Pero también se puede observar el mismo ciclo de adversidad actuando en sentido contrario: cuando los sistemas de salud son deficientes, las crisis se prolongan. La estabilización de los riesgos sanitarios en las zonas en crisis exige un apoyo sostenible. Las emergencias no tienen por qué provocar el colapso de los sistemas de salud. Es más, si estos cuentan con una sólida estructura, no solo deberían ser capaces de mantenerse en pie sino también de seguir funcionando eficazmente, incluso en momentos de extrema urgencia.
Ahora bien, si no se hace nada para impedir que los sistemas de salud se derrumben, la aparición o reactivación de agentes infecciosos con el resultado de la explosión de brotes epidémicos está más que asegurada. Las emergencias no saben de fronteras. Cuando se demoran los fondos para combatirlas, o se incumplen las promesas de financiación,  la repercusión en la salud de la población está asegurada sea cual sea la región afectada.
Entre los efectos directos de las crisis provocadas por los conflictos en la salud de la población, entre los que hemos citado la muerte, las lesiones y las discapacidades, debemos añadir las torturas y los asal-tos sexuales que en muchas ocasiones son utilizados como armas de guerra. Entre los indirectos, también referidos anteriormente, hemos de señalar los que configuran lo que hemos denominado emergencias complejas, a saber, el hambre, las migraciones masivas y la destrucción de las instalaciones y de los ser-vicios de salud. En el caso de los refugiados o de las poblaciones desplazadas, entre el 60 y el 90% de la mortalidad que se suele registrar es debida al sarampión, en especial en una época no muy lejana en que no se vacunaba contra ese virus rutinariamente en los campos de acogida como se hace ahora, las infec-ciones respiratorias, las enfermedades diarreicas, la desnutrición y la malaria. En todos los casos los in-crementos en las tasas de mortalidad por todas las causas en la población general y, especialmente, en los menores de cinco años, avisan con certeza de la gravedad de la crisis y de su persistencia en el tiempo.
Por último, en estas situaciones de crisis por violencia, los padecimientos en la esfera mental son muy frecuentes. Cuadros de estrés postraumático caracterizados por ansiedad, temor y agresividad en la fase temprana, y que progresan a apatía, dependencia y depresión en la medida que la condición de desplaza-do se hace crónica(11), son habituales en las consultas que se realizan en este contexto de ayuda humanitaria, por lo que la presencia en los equipos asistenciales de personal especializado en salud mental, se ha hecho algo habitual y muy necesario, incluso desde el inicio de las crisis. 


BIBLIOGRAFÍA 

1. IISS. Armed Conflict Survey. London: IISS, 2014.
2. Petterssen, T. & Wallenstein, P. Armed Conflicts, 1946-2014. Journal of Peace Research, vol. 52(4), pp. 536-550. 
3. GITOC. Reinforcing Multilateral Approaches to Transnational Organized Crime by Strengthening Local Ownership and Accountability. Geneva: Global Initiative, 2015. 
4. Guehénno, J-M. The World’s Fragmenting Conflicts. International Crisis Group, 2016. 
5. World Bank. World Development Report 2011. Washington DC, 2011. 
6. UNODC. Global Study on Homicide 2013. Trends, Contexts, Data. Vienna: UNODC, 2013. 
7. IDMC. New Humanitarian Frontiers. Addressing Criminal Violence in Mexico and Central America. Geneva: IDMC, 2015. 
8. WEF. Global Risks Landscape 2016. Davos, 2016. 
9. ICM/IPI. Forced displacement, refugees and migration. New York, 2015. 
10. Chonghaile CN. Impunity in conflict has cast a dark shadow over aid work in 2015. The Guardian. December 28th, 2015. 
11. Noji EK. Impacto de los desastres en la salud pública. Bogotá. OPS. 2000
12. Alwan A. El costo de la guerra. Newsweek, 5 nov 2015.
13. Díaz Olalla, JM. Ayuda humanitaria, propaganda para la guerra. Temas para el debate. 2003; 106. 


Bibliografía adicional 

Ghéhenno, J-M. 10 Conflicts to Watch in 2016. Foreign Affairs, January 3rd, 2016. 
Evans, G. The Changing Face of Deadly Conflict. International Crisis Groups, 2016. 
Aguirre, M. Multilateralismo y mantenimiento de la paz. Política Exterior, Nº 165, mayo-junio 2015. 
González Bustelo, M. Mediation with Non-Conventional Armed Groups? Experiences from Latin America. BPC Policy Brief V.6, N.01, Brazil, 2016. 
Briscoe, I. Non-Conventional Armed Violence and Non-State Actors: Challenges for Mediation and Humanitarian Action. Oslo: NOREF, 2013. 
Cockayne, J. State Fragility, Organized Crime, and Peace-building: Towards a More Strategic Ap-proach. Oslo: NOREF, 2011. 
OAS. Report on the experts meeting: Searching for Common Approaches to Deal with Unconventional Conflicts and Violence in the Americas. Washington DC, February 12-13, 2015. 


Nota del Autor M. Díaz Olalla: Libro publicado en 2017. Al releer ahora este capítulo no hay más remedio que admitir que la realidad del mundo actual ha desbordado con amplitud aquel relato dejándolo absolutamente obsoleto. Las atrocidades que vendrían y que, entonces, ni  imaginábamos que el ser humano, por decirlo con un término no por usual menos inadecuado, era capaz de cometer han convertido todo lo propuesto y estudiado hasta entonces en un cuento rosa para ingenuos. 
Los conflictos activos en estos momentos en el mundo, en especial el genocidio que se comete contra el pueblo palestino por Israel y EEUU con la complicidad inmoral de Europa convierten el Derecho Internacional Humanitario y todo lo que de él se deriva en papel mojado. Un antes y un después en el movimiento humanitario se está configurando. Más aún, un antes y un después en la historia de la humanidad. Ojalá sea el anuncio de un antes y un después de este (des) orden internacional injusto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario