viernes, 27 de marzo de 2020

Algunas aclaraciones y una reflexión sobre la validez de las pruebas de diagnóstico rápido del COVID-19



 
Fuente: FACE.com
Los test rápidos de diagnóstico en sangre que se están empezando a usar en el curso de la epidemia de COVID-19 (análisis inmunocromatográfico para la detección cualitativa de anticuerpos IgG e IgM frente al SARS-Cov-2) son herramientas de gran utilidad en un momento en el que es de capital importancia tanto la identificación de los infectados asintomáticos (posiblemente quienes, sin saberlo, más están contribuyendo a la diseminación del virus) como el conocimiento del grado de inmunización de la población ante este virus.

Pero la profusión de datos y de opiniones sobre la naturaleza y utilidad de los mismos que se están dando en los últimos días, la mayoría inciertos y desinformados, demandan algunas aclaraciones desde la epidemiología y desde la salud pública.

Los test rápidos son pruebas de screening, es decir, aproximaciones más o menos precisas a la realidad que pretenden descubrir, que no es otra que conocer si una persona está infectada o no, pero no son ni se pueden considerar absolutamente certeras e irrefutables en relación a ese propósito, existiendo para ello otras pruebas que sí lo son. Se deben usar, por tanto, como ayuda al diagnóstico de la infección y para la determinación del estado inmune de la población. Pero al “diagnóstico verdadero”, ese al que consideramos la verdad absoluta, no se llega con ellas, si no con otras más caras, inaccesibles, complejas o peligrosas. Precisamente para eso se usan: para seleccionar a las personas que “con mucha probabilidad” (una probabilidad conocida de antemano) están infectadas y a las que se  les someterá a la prueba definitiva, después de recomendarles ciertas medidas de protección para los demás. Se pueden y deben utilizar también para conocer, con una aproximación alta, qué proporción de personas en la comunidad están inmunizadas por haber pasado la infección.

Pues bien, el debate surge de ahí: de los análisis que se hacen en la actualidad para cotejar los resultados de las pruebas rápidas, es decir, la concordancia que encuentran con los que se obtienen de la que se está tomando como referencia (la certera, la “Gold Estándar”) que no es otra que la PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa).

El frenesí nos invade porque los rápidos son test nuevos, que se han desarrollado desde el mes de enero hasta ahora, sin mucha posibilidades de comprobar su eficacia adecuadamente (se necesita tiempo y muchos ensayos en diferentes muestras de población para probarlos) y de los que desconocemos datos fundamentales. Es importante saber de primera mano qué probabilidad tienen de acertar pues nos fiamos poco de los resultados que dan los fabricantes sobre los ensayos que ellos mismos realizan, precisamente por la premura con que se hicieron y porque los han desarrollado en muestras de conveniencia (¡ay el mercado! y lo bueno que sería que estuviera fuera del ámbito de la salud, sobre todo en circunstancias como estas).

Hay al menos dos elementos adicionales que incrementan la incertidumbre sobre sus resultados y nos alejan del conocimiento que ahora nos preocupa relativo a cuál será su fiabilidad. Uno es que la prueba que se está tomando como irrefutable, la PCR, es de naturaleza diferente a la de los test rápidos: aquélla reconoce la presencia del virus mediante detección del RNA viral en secreciones del trato respiratorio y estas la presencia de anticuerpos IgM e IgG contra diversas proteínas virales en una gota de sangre. Como quiera que la aparición de la reacción inmunitaria es posterior al contagio, si tomamos muestras para una y otra simultáneamente (lo que generalmente se está haciendo), si la infección fue reciente puede ser que la PCR arroje resultados positivos pero el test rápido en sangre no. A los efectos de lo que nos ocupa diríamos que el test rápido obtuvo un “falso negativo” cuando en realidad lo que ocurrió fue que esta prueba se hizo antes de que el sistema inmunitario del infectado tuviera  tiempo de reaccionar, por lo que no detectó la presencia de IgM en sangre. Posiblemente, días después este test rápido se positivizaría.

Pero para complicarlo todo un poco más, la PCR también arroja falsos negativos, porque no es una auténtica prueba “Gold Estándar”. Se sabe que días después de la infección, el virus desaparece frecuentemente de las vías respiratorias altas pero persiste en las vías bajas. Si en ese momento tomáramos muestras para PCR en las vías nasales (lo que es habitual) en un infectado de cierta evolución probablemente encontráramos un resultado negativo (falsamente negativo), mientras que ya en ese momento el test rápido informaría de un resultado positivo (esta vez verdadero positivo), pues los títulos de anticuerpos en sangre ya estarían elevados. La PCR por tanto estaría dando un resultado erróneo en relación a la técnica de recogida de la muestra. De hecho una de las utilidades que pueden aportar los test IgG/IgM es la de corregir los errores de la PCR.

En todo caso, las comparaciones que comunican los fabricantes y las compañías distribuidoras (resultados de test rápidos frente a PCR) parece que no tienen en cuenta la tasa importante de falsos negativos que están apareciendo en la PCR, según los diferentes estadios de la infección por SARS CoV-2.

Por consiguiente, se está cometiendo el error de comparar los resultados de unas y otras pruebas cuando la PCR no es técnica de referencia para la evaluación de anticuerpos. Además, si quisiéramos testar las pruebas rápidas en sangre sin recurrir a la PCR por los motivos enumerados nos encontraríamos con que no existe un panel estandarizado de muestras de anticuerpos validado por ningún ente oficial para la evaluación de los diferentes tipos de kits.

Es muy posible que las diferencias reales entre métodos parecidos fueran mínimas puesto que en este momento todos los fabricantes acuden a las mismas fuentes para la adquisición de materiales biotecnológicos.

En fin: las pruebas de validación de los test de diagnóstico rápido en sangre con detección cualitativa de IgG e IgM mediante ICT que se están realizando en la actualidad tomando como referencia los resultados de la PCR son incorrectas y aunque sea interesante conocer el grado de concordancia entre ambas, hay que tomar estas comparaciones con las debidas precauciones inherentes a todo lo referido.

Lo recomendable sería usar estos test rápidos para conocer con cierta aproximación la prevalencia de la infección en la población general y en ciertos colectivos vulnerables, y en caso de interés diagnóstico individual se deberían reservar para personas en que el contacto sospechoso, si es que lo hubo, no haya sido muy reciente, debiendo confirmar el resultado con la PCR tanto en los positivos como en los negativos con sintomatología.

La prioridad desde la salud pública en este momento es conocer el grado de penetración de la infección en la población y la detección de infectados asintomáticos: de una u otra forma y considerando todas las objeciones comentadas, los test de diagnóstico rápido que se están comenzado a utilizar en nuestro país pueden ser una aportación de gran impacto para el control de la epidemia. 

No me resisto a hacer un comentario final sobre las inexactitudes, tergiversaciones, manipulaciones y torpezas en general que están impregnado el debate político y la información que ofrecen los medios de comunicación sobre la utilidad y validez de algunas de estas pruebas de diagnóstico rápido. Dirigentes políticos y medios no suelen mantener las recomendables medidas de prudencia y contención que solemos observar la mayoría de los ciudadanos, hablando y opinando sobre cuestiones, a veces de complejidad técnica, de las que lo ignoran casi todo. Lo que es, por desgracia, una norma de su conducta habitual, en situaciones como la actual se convierte en una irresponsabilidad incalificable. Dejen la politiquería barata, no alarmen innecesariamente a los ciudadanos con cuestiones que no conocen, ni entienden y si no pueden aportar otra cosa a la resolución de esta terrible crisis sanitaria y social, al menos hágannos un favor a todos: cumplan las recomendaciones que ustedes mismos pregonan con todas las consecuencias y quédense en su casa. Pero, si es posible, con la boca cerrada.

Manuel Díaz Olalla
Médico

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