lunes, 16 de noviembre de 2020

COVID-19, a propósito de la vacuna y la pobreza en España (fomentemos la capacidad de interrelación para desarrollar un espíritu crítico)

Ante la masiva desinformación que se propaga desde los medios de comunicación, incluidos los públicos (¿o debiéramos decir “sobre todo los públicos" y curiosamente no especialmente a favor del gobierno) debemos estar prevenidos. El Telediario de ayer lanzó 2 noticias que, juntándolas, se explican mejor que solas. Veamos: el presidente de Pfizer vende una gran cantidad de acciones de su compañía el día siguiente de comunicar que “en un avance” de resultados, el ensayo clínico con su vacuna muestra un 90% de eficacia. La venta le reporta 5 millones de euros, 600.000 más que lo que le hubiera producido unos días antes, es decir esa cantidad es atribuible al “efecto noticia de la eficacia vacunal”. Se nos dice después, por parte de la compañía, que esa operación estaba prevista hace meses. Pero lo que no estaba previsto es que de manera inesperada, inconsistente e intempestiva (todo el mundo se sorprendió, bueno, justo hasta el momento en que se supo lo de la venta de acciones) se anunciaran esos resultados que son, nadie lo discute, demasiado precoces.

Diario El País. El Roto

Minutos después, en el mismo Telediario se anuncia que este año más de 3 millones de personas, la mayoría por primera vez, necesitarán ayuda alimentaria de los Bancos de Alimentos en España.

Ambos sucesos están causados por la COVID-19. La mayoría sufre sus efectos terribles y una minoría se hace inmensamente rica. Unos ganan y otros pierden. Los medios apoyan y aplauden. Como siempre en este sistema, pero resulta indecente que se haga a costa de la necesidad y de la salud de la gente……

A mis buenos amigos que se dedican a la enseñanza les subrayo siempre que, por encima de los contenidos, potencien, estimulen e inciten a los alumnos a mantener siempre un pensamiento crítico, un punto de reflexión, un instante suficiente para separar la paja del grano, una capacidad analítica que en gran parte se basa en no creer a pies juntillas lo que les cuentan, en especial lo que les cuentan los medios de comunicación de masas que por encima de la verdad responden a los intereses de sus dueños. Que intenten mantener, en fin, un reflejo final para juntar unas informaciones con otras y sacar después sus propias conclusiones, no las que quien nos las vende quiere que saquemos.

Ahí va la mía: desconfía siempre de quien pretende que su beneficio personal es el beneficio de la mayoría. Casi siempre te engaña. Si tiene capacidad de maniobra, de una forma u otra premiará lo suyo por encima de lo de los demás. Si se trata de la salud, la precaución debe ser doble. Que el dueño de un laboratorio farmacéutico que investiga una vacuna se pueda hacer aún mucho más rico si su producto es el que más se vende y el que llega antes a la meta en la carrera de las vacunas, hace que desconfíe de forma natural de esa vacuna. No me fío de su seguridad ni de su eficacia, aunque me garanticen que detrás de la evaluación hay una entidad independiente.


Sin dudarlo, si puedo elegir me voy con la Soberana, la vacuna que se investiga sin ánimo de lucro y que se regalará a todos los que la necesiten. Con esa sí estoy tranquilo.


                                                                                   Manuel Díaz Olalla 

jueves, 15 de octubre de 2020

¿Es la pandemia de COVID-19 en España una emergencia humanitaria?

Técnicamente hablamos de crisis o emergencia sanitaria cuando la demanda supera a las posibilidades de atención del sistema sanitario. Ocurre cuando éste es precario, débil, se desbordó, o todo ello, dándose estas circunstancias, por lo general, cuando la demanda es muy grande. Ambas cuestiones (colapso del sistema sanitario y demanda disparada) suceden a la vez en países en desarrollo en cualquiera de los 4 escenarios “naturales” de la intervención humanitaria, que son: los desastres naturales, la guerra y la violencia, las epidemias y las situaciones en que una gran parte de la población vive en situación de exclusión sanitaria.

No era previsible que en el mundo occidental y en España específicamente, asistiéramos a una crisis de esta naturaleza. O sí lo era, pero quienes tienen la responsabilidad de planificar sobre estas previsiones no quisieron verlo (“Un mundo en peligro”, OMS, septiembre de 2019)[i] o no recibieron las órdenes precisas de sus responsables.




Cuando el propio país que la sufre no puede dar respuesta a la crisis se declara la emergencia sanitaria internacional, a petición del propio país o de la OMS representando a los demás países. Si esa respuesta se amplía a otras áreas de las necesidades humanas básicas (agua, alimentos, techo, abrigo) y se articula desde el respeto a los principios humanitarios clásicos (humanidad, independencia, universalidad, imparcialidad, consentimiento de las víctimas, competencia) esa actuación se corresponde con lo que se conoce en el campo de las relaciones internacionales como “Acción Humanitaria” (AH), que es una respuesta a las necesidades de salud de la población desde el respeto estricto a los derechos humanos, situando el derecho a la salud en el centro de ese marco de intervención.

sábado, 10 de octubre de 2020

La Atención Primaria y la Salud Pública, la solución que buscamos


No en vano la AP ha sido el nivel asistencial más castigado por esas políticas cuyos resultados podemos evaluar ahora.  La AP es el nivel de atención donde se resuelven la mayoría de los problemas de salud de la población. Es el “medio natural” donde se solucionan las demandas y se satisfacen las necesidades de salud de las personas, sanas y enfermas. Es próxima y cercana y en ella se establecen las relaciones habituales con los profesionales sanitarios. En el caso de la COVID-19 es igual. La AP es el “dique de contención” del sistema sanitario, pero ese no puede ser su objetivo sino el resultado de su trabajo.

La mayoría de los casos de esta enfermedad son leves o asintomáticos por lo que el diagnóstico, el tratamiento, el aislamiento, el seguimiento y la confirmación de la curación no requiere asistencia hospitalaria, realizándose desde AP.

No solo la actividad asistencial (prevención terciaria), sino también la primaria (promoción de la salud, que incluye el fomento del uso de mascarillas higiénicas o quirúrgicas, higiene de manos frecuente, distancia personal) y la secundaria (diagnóstico precoz, identificación de contactos, medidas de control en ellos) es propia de la Atención Primaria apoyada por servicios de Salud Pública sólidos y adecuadamente dotados. La coordinación entre ambos es fundamental, pues soportan el peso principal de la vigilancia epidemiológica que, entre otras funciones, comprende la detección de brotes de la infección, imprescindible para el control de la epidemia, asegurando la AP, además, información de calidad para el análisis epidemiológico.

lunes, 22 de junio de 2020

Perdidos en el país de los epidemiólogos (II). La adivinanza de las mascarillas




... o sea el uso de las mascarillas y qué tipo durante el actual periodo de desescalada. La escasez de material de protección (propio o de los demás) ha sido uno de los problemas identificados entre los que más han contribuido a la rápida difusión de la epidemia de COVID-19 y al incremento de las tasas de incidencia en personas vulnerables y trabajadores sanitarios. Sobre la escasez y sus motivos, incluso por encima de la demanda aguda en los periodos álgidos, se tendrá que hablar en su momento. Pero hoy, con más disponibilidad de materiales, la confusión continúa. La mascarilla higiénica (no médica), puede ser de tela o papel, se destina para uso común (no médico) y se busca en ella su mero y mecánico efecto barrera de las gotitas de saliva que emite quien la usa. Es decir, cualquier elemento fabricado con cualquier material siguiendo unas normas establecidas, se puede usar en la comunidad si no hay síntomas o no se trabaja con pacientes, esto es, cuando no es necesaria la mascarilla médica, pudiendo ser menos efectiva que esta. Se recomienda su uso en población general en la calle o en el trabajo si no se puede establecer suficiente distancia interpersonal.

sábado, 30 de mayo de 2020

Perdidos en el país de los epidemiólogos. (I) El acertijo de los test rápidos de diagnóstico serológico de la COVID-19.


No dudó un instante y mientras nos despedíamos me lo recordó:

-          No lo olvides, en la próxima revisión tendremos que cambiar la correa de la distribución.
Carlos es el mecánico de mi roulotte desde hace años. Confío en él plenamente, nunca me ha fallado y soy muy consciente de su profesionalidad, competencia y conocimientos de mecánica. Yo, tengo que reconocerlo, no entiendo nada de eso. Lego total. Por lo que no discuto sus opiniones y decisiones, de la misma forma que no critico con amigos ni con otros autocaravanistas las revisiones que hace a mi vehículo, las tareas de mantenimiento que me propone, ni las reparaciones que realiza. O sea, lo normal. Lo que se puede esperar de una persona razonable que, ante su ignorancia no disimulada sobre un tema, acepta y asume de buen grado la opinión de los expertos.

Bien, lo que podríamos etiquetar como un comportamiento recomendable en la vida cotidiana se torna en algo impensable en la dialéctica de los líderes políticos o de opinión (éstos generalmente al servicio de aquéllos) en cualquier circunstancia, pero, especialmente, en momentos de gran adversidad y alarma social como los que atravesamos. Demuestran con ello su irresponsabilidad y, a las claras, que sus intenciones no son precisamente las de contribuir a la mejora de la salud de sus conciudadanos.

Todos son epidemiólogos, aunque ni siquiera sepan qué es eso, o “inopinados especialistas en pandemias” como acertadamente les denomina Ildefonso Hernández (et als). Epidemiólogos “a posteriori”, añado yo, que son los peores: los que tienen claro todo lo que tenía que haberse hecho en un momento dado pero que, cuando aquello ocurrió, no estaban o estaban “a por uvas”.

La epidemiología es una cosa muy seria y muy precisa, rigurosa y metódica, algo muy lejano a la superstición o, lo que es peor, a la “inconsistencia conveniente a sus fines” que, según sus propósitos e intereses, propagan estos aficionados sin base a mayor gloria de la ocultación de la realidad y la destrucción de otras hipótesis y de quienes las defienden.  

Por la escuela de Salud Pública en la que me formé corría un chiste que, contado a los novatos que allí ingresábamos, transmitía de forma contundente e irónica la dimensión del rigor que, en adelante, debía guiar nuestras investigaciones. Les cuento: parece ser que dos viajeros surcaban los cielos en una avioneta cuando el motor comenzó a fallar. Después de un largo rato a la deriva lograron aterrizar sin sufrir daños físicos, aunque la aeronave quedó inutilizada. Recuperados del golpe y sin saber dónde se encontraban, rápidamente comenzaron a buscar ayuda. Miraron a su alrededor y hasta donde alcanzaba la vista solo divisaban un inmenso campo de algodón. Pero ninguna persona. Comenzaron a caminar, lo que hicieron durante horas sin salir nunca de esa interminable plantación, cuando, por fin, a lo lejos reconocieron la figura de un campesino que allí trabajaba. Rápidamente se acercaron a él y, tras relatarle su peripecia, le espetaron: “Por favor, díganos dónde estamos”. El individuo los miró y a continuación, levantando la cabeza, durante un largo rato echó un vistazo al inmenso campo de cultivo en el que se encontraban. Después se sentó y se quedó muy serio y reflexivo, como aquella estatua de Rodin, durante horas, analizando toda la información de que disponía antes de darles una respuesta. Por fin, mucho tiempo después, se levantó y muy solemne les dijo:
-          Están ustedes en un campo de algodón.
-          Sacrebleu”, exclamó abatido uno de los extraviados (era francés) y mirando a su compañero añadió: “¡Estamos perdidos! ¡Hemos caído en el país de los epidemiólogos!”
-          “¿Por qué?”, preguntó este, desconcertado.
-          “Es evidente”, añadió el primero mirando al campesino: “Ha pasado horas pensando una respuesta que nos informa de algo que ya conocíamos y, además, no nos sirve para nada”.
Lejos del mensaje derrotista, quizás anti-salubrista y ácidamente irónico que transmite, el cuento refleja con bastante aproximación y de manera descarnada e hiper-esquemática, las virtudes y limitaciones  que adornan esta disciplina basada en “el estudio de la distribución y los determinantes de estados o eventos (en particular de enfermedades) relacionados con la salud y la aplicación de esos estudios al control de enfermedades y otros problemas de salud” .

Nada que ver con lo que suponía que era esta ciencia aquél nefasto Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid quien pensaba que la Sociedad Española de Epidemiología no debía pronunciarse en la polémica que mantenía con el Dr. Montes y su equipo a costa de la mortalidad registrada en pacientes terminales en el Hospital Severo Ochoa, porque "los epidemiólogos están para hablar de epidemias" y no para hacerlo de otras cosas, como su propio nombre indica.

Viñeta de J.L. Martín en La Vanguardia